Por Carlos Rodríguez *
Me dicen que Hebe de Bonafini ya no está entre nosotros. Me cuesta creerlo, es más, no lo creo ni lo voy a creer. Hay personas que están siempre vivas y Hebe es una de esas personas. Tengo que escribir en nombre de mis compañeros de Página/12, pero me cuesta hablar sobre ella sin hacer alusión a lo personal, a la relación que tuvimos.
En lo colectivo, recuerdo una asamblea en el diario, cuando estábamos en Belgrano al 600, en pleno conflicto cuando la empresa echó a 70 compañerxs. Hebe hablando para nosotrxs, paradita frente a la asamblea, dándonos aliento, levantando la voz como siempre. Esta vez para criticar sin pelos en la lengua a los dueños del diario. Solidaria, combativa, insobornable. La Hebe de siempre, la de toda la vida.
Otra vez nos envió su adhesión a una marcha fundacional del gremio de prensa y de lo que hoy es el SiPreBA. Siempre presente con los que luchan.
Como dije, no puedo olvidar lo personal. Conocí a las Madres en 1980, la primera fue Nora Cortiñas, la que llevaba los comunicados a la agencia Noticias Argentinas (NA). Las Madres estaban todas juntas en su sede de Hipólito Yrigoyen al 1400. Allí me hice amigo enseguida de María del Rosario, de Juanita, de Beba, de Porota, de María, de Tota, de Elvira, de Cota. De todas, menos de Hebe. Había pasado un año, ya estábamos trabajando en el periódico Madres de Plaza de Mayo, pero con Hebe había saludo, algún abrazo, pero no la intimidad que tenía con las otras Madres.
Todo cambió un día, a lo Hebe, cuando preparaban una de las primeras Marchas de la Resistencia.
Un periodista afroamericano, recién llegado de Estados Unidos, corría a Hebe por toda la casa pidiéndole una entrevista. Hebe decía que había “muchas cosas que hacer”, que no tenía tiempo para reportajes. El periodista le dijo, algo molesto: “Pero Hebe, somos amigos…” La respuesta de ella fue tremenda, para el periodista norteamericano y para mí: “No, no somos amigos, amigo es Carlitos Rodríguez”. Yo estaba sentado, hablando con Juanita, y Hebe puso las dos manos sobre mi espalda. Casi me desmayo: al fin y al cabo, Hebe me tenía registrado, y dejé de sentirme el Fantasma de Canterville.
De ahí en más, fuimos amigos inseparables. Largas charlas, largos abrazos, largas confidencias mías depositadas en ella. Consejos sobre lo que yo tenía que hacer en mi vida personal y periodística. Dimos charlas en la Casa de las Madres, en La Plata, en La Pampa, en un inolvidable viaje que hicimos a Mendoza para hablar en la Universidad.
Una vez me llegó a decir delante de varios testigos –y perdón el autobombo— que nosotros éramos “amigos, compañeros y… amantes”. Todo sellado con la risa, que era otro atributo de Hebe.
Recién ahí conocí a la verdadera Hebe, más allá de la figura que se plantaba los jueves en la Plaza de Mayo y arrasaba con todo y con todos, siempre que fuera necesario. Y siempre era necesario. Fue la primera en decir que después del Juicio a los ex Comandantes venía la amnistía de Alfonsín, que se concretó con las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida. Hebe no hablaba por hablar. ¡Y cómo hablaba, como nos marcaba el camino!
Paula, mi hija, llorando, me recordó una anécdota con Hebe en su casa de La Plata, la primera vez que la visitamos allí. Paula y Silvio, mis hijos, eran niños. Cuando Silvio la conoció, le preguntó: “¿De qué cuadro sos?”. Hebe le dijo con orgullo, como siempre: “Soy hincha de Gimnasia”.
Paula recuerda las visitas que hicimos juntos a la Casa de las Madres y esa primera visita en su casa de La Plata.
“Las Madres nos recibían siempre como si fuéramos de la familia y en su casa de La Plata, Hebe nos llevó a mí y a Silvio al almacén del barrio para regalarnos algo. A mí me compró un mini velador (lleno de confites) que pedí pensando en mis muñecas. Silvio, en aquél entonces, amaba los cochecitos marca Piluki. El único que había en el negocio era un camión azul, de la Policía. Hebe se lo compró muerta de risa, haciendo bromas con el dueño del negocio. Todo está guardado en la memoria”.
Esa que recuerda Paula, también era Hebe, la de la risa y la del llanto, aunque nadie lo crea. Una vez lloró en mi hombro, nunca lo olvidé. Hebe era monolítica, pero ante todo era una mujer, una madre, una persona maravillosa, inolvidable, imprescindible.
Tengo regalos que me hizo. El premio 20 Años Juntos, varios libros dedicados, uno de ellos es obra suya y se llama Cocinando Política, donde mezcla las comidas populares con las luchas populares.
Disculpen que esto se convierta en algo parecido a un autobombo, pero soy una persona feliz por haber conocido tanto a Hebe, la que nos hacía de comer en la Casa de las Madres, la que se disfrazaba cuando organizábamos un baile.
Si, en la Casa de las Madres se bailaba, se festejaba el trabajo conjunto. Hasta hubo “casamientos” entre compañerxs “celebrados” por María del Rosario y bendecidos por Hebe. Por eso digo que Hebe no se fue, que nos deja su ejemplo, su discurso siempre duro cuando había que ser duro y el amor que regalaba a cada paso, en la intimidad.
Por eso, no me digan, no nos digan que Hebe se nos fue. Hebe siempre estará marcando el camino. Sigámoslo.
* Delegado honorario de Página/12.
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